La Codorniz

Artículo sobre la codorniz, ilustrado con cuadros de codornices del pintor Manuel Sosa

   Cuando, a mediados de mayo, comienza a oírse desde la le­janía de algún trigal, rítmico y penetrante, el canto de la codor­niz (Coturnix coturnix), rara será la persona familiarizada con el campo que no pare a deleitarse un rato con su sonido. Y esto ocurre porque, en el fondo, ésta es una señal tan característica de la primavera como la floración de los árboles o la germina­ción de las cosechas. Su canto, un uit-uit-uit cadencioso, ha hecho de ella un ani­mal popular. Esto se refleja en los nombres que en muchas par­tes de Europa la gente de campo ha dado a la codorniz. El wet-my-feet o el wet-my-lips inglés, el paye-tes-dettes francés o pos-po-lin yasco no son más que denominaciones onomatopéyicas del más pequeño de nuestros fasiánidos. La codorniz tiene una amplísima área de distribución. Ocu­pa toda Eurasia sin rebasar los 63 grados de latitud Norte, extendiéndose además por Berbería, Bajo Egipto y Sudáfrica -desde Kenia hasta Angola y El Cabo, además de Madagascar-. Como todas las especies de amplia distribución, la codorniz se encuentra diferenciada en un cierto número de subespecies, en­tre ellas la famosa codorniz japonesa objeto de explotación industrial en granjas. Muchos son los cuadros de codornices pintados en la historia de la pintura. Aquí presento dos cuadros del pintor Manuel Sosa que ilustran a la perfección a la codorniz.

  La codorniz mide unos 18 cm de longitud y presenta el as­pecto de una pequeña perdiz. La parte dorsal, de color arenoso, aparece surcada longitudinalmente por una serie de rayas par­das y negras. En los costados tiene también unas franjas claras y oscuras que contrastan con los tonos pálidos de las partes inferiores. El macho presenta el pecho rojizo y manchas negras en el cuello, mientras que la hembra, de colores más apagados que el macho, se diferencia de éste por el pecho barreado de marrón oscuro y el cuello de color pardo uniforme. Existe, por tanto, un cierto grado de dimorfismo sexual. De todos modos, aunque su sonoro canto se oye a considera­ble distancia, las codornices se ven difícilmente, salvo cuando los perros de caza las levantan en el verano, obligándolas a volar raso durante un corto trecho. A la codorniz se le podría considerar como «el pariente via­jero» de las gallináceas, porque ha sido la única especie que, en medio de un grupo de aves fundamentalmente sedentarias, o a lo más algo trashumantes, ha desarrollado un comportamiento migrador de amplio radio. Pero sobre este punto conviene no generalizar, pues se ha comprobado que el instinto migratorio afecta de forma diversa según las diferentes subespecies a las que nos refiramos. Así, las poblaciones de codornices de las islas de Cabo Verde. Azo­res, Canarias y Madeira tienen un comportamiento totalmente sedentario. En la imagen, cuadro de codornices en la época de la incubación.

 

Lo mis­mo puede suceder con las codornices norteafricanas que, ante condiciones adversas, huyen hacia el norte presentándose en paí­ses como Italia. Muchas de estas codornices irruptoras suelen exhibir la pla­ca incubadora -zona desplumada del vientre que sirve para dar calor a los huevos durante la incubación-, lo que hace suponer su previa reproducción o al menos el intento de realizarla. En muchos casos estas aves realizan una segunda puesta que se contradice con la habitual crianza única característica de esta especie. La crónica negra de un viaje El largo viaje migratorio que cada año mueve a decenas de miles de codornices entre sus áreas de cría y sus cuarteles de invierno está lleno de peligros. Las condiciones meteorológicas adversas, el agotamiento, los predadores y los accidentes son factores que siegan miles de vidas de una especie que, no obstan­te y en condiciones naturales, está capacitada para soportar tan importante merma de efectivos. Pero esta pequeña ave, como tantas otras, tampoco ha podido escaparse de la codiciosa mirada del hombre. La calidad de su carne y las posibilidades de capturas masivas que ofrecían sus bandos de migrantes han sido la razón de su caza desde tiempos remotos. Variados arti­ficios, desde redes y trampas hasta fusiles y gavilanes, sirvie­ron para captuturar cada año cientos de miles de codornices a lo largo de la costa del norte de África, Egipto Italia, Grecia y Turquía. Estas prácticas, realizadas inicialmente a pequeña escala, fueron experimentando un paulatino incremento. Pronto se transformaron no ya en una fuente de alimento para los hom­bres que las practicaban, sino en un lucrativo negocio. Así se establecieron rentas en función del rendimiento y capturas de de­terminados tramos costeros -se las capturaba cuando llega­ban exhaustas tras su travesía del mar- y se introdujeron mo­dernas técnicas de transporte, conserva y comercialización. De esta forma, hacia 1885 Egipto exportaba del orden de 300.000 codornices en conserva al año, rebasando el medio mi­llón en ciertos años -en 1920 se exportaron tres millones de individuos-. Y lo mismo puede decirse de Malta, con 25.000 codornices anuales en la década de 1940, o Capri, que en 1850 exportó 150.000. Como es lógico, una caza tan abusiva tenía que dejarse sen-
tir en la abundancia y distribución de esta ave. En la década de 1920 la alarmante disminución de la codorniz europea puso en movimiento una serie de grupos de presión, constituidos por protectores de la vida salvaje y por cazadores, que tras larga protesta consiguieron hacia 1938 que el Consejo Internacional de la Caza lograse un acuerdo para poner fin a la importación de codornices. Se pidió, además, a los países exportadores que prohibiesen esta caza masiva -que en muchos casos continuaba durante la primavera- a lo largo de todo el año. De esta forma se consiguió a partir de estas fechas una disminución del tráfico de codor­nices. Pero la odisea del viaje de la codorniz no acaba hasta que no logra cruzar el Sahara. Y este inmenso desierto, seco y des­carnado, será la prueba final a la que deberá someterse antes de alcanzar sus áreas de invernada. Datos demográficos Como hemos visto, la migración supone un continuo desgas­te para las poblaciones de codornices que la practican. Pero si este desgaste natural se ve incrementado con la caza abusiva antes mencionada y con la alteración de las áreas de cría, no es de extrañar la regresión a la que se ha visto sometida esta especie. Durante los últimos cien años la población europea de codor­nices sufrió una alarmante disminución. Una serie de factores nuevos tales como la transformación de antiguas campiñas fa­vorables para la codorniz mediante las modernas técnicas agrícolas, los insecticidas y la proliferación de cazadores de­portivos, han contribuido a recargar todavía más la deficitaria «balanza de pagos» de la codorniz. En países de larga tradición ornitológica, como las Islas Británicas, se han seguido de cerca las evoluciones numéricas de esta especie. Así, se indica un marcado descenso desde 1870, llegando prácticamente a desaparecer en Irlanda en 1920. Esporádicamente y en buenos años se recupera parcial­mente -fenómeno éste extensible al resto de Europa-. Así en 1964 fue extraordinariamente abundante. Datos similares parecen obtenerse del resto de los países frecuentados por esta especie. Al comparar reseñas de antiguas cacerías o datos aislados de ornitólogos y aficionados del siglo pasado con los resultados de las cacerías y observaciones ac­tuales, se percibe una enorme disminución de cifras. Dado el interés cinegético de la especie, numerosas entida­des relacionadas con la caza han intentado su reintroducción en diferentes países. En Francia, en Italia y en Luxemburgo se han soltado cientos de codornices importadas de otros países (principalmente Egipto) o capturadas durante la migración. Estas repoblaciones han tenido poco éxito a efectos venatorios ‘ pues las codornices han tendido a desparramarse. El intento de fijar en un lugar aves tan eclécticas, dispersivas y migrado­ras como la codorniz lógicamente debía de estar condenado al fracaso. Y éste es el incierto panorama de la codorniz europea. Esperemos que el civismo y buena lógica sepan sacar un inte­ligente provecho de las posibilidades que esta especie animal, como tantas otras, ofrece al hombre. Pero para ello es necesario no olvidar que la naturaleza tiene unas reglas de juego y que estas reglas, en interés de todos, deben ser respetadas. 

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    Algo más migradoras resultan ciertas poblaciones del ex­tremo meridional de la subespecie africana, que se extiende por el sur de Africa. Finalmente, la codorniz que vive en nuestros campos eurasiáticos -subespecie coturnix coturnix coturnix­y a la que nos vamos a referir principalmente presenta toda una gradación en cuanto a su comportamiento migrador, pues puede observarse una progresiva disminución de éste en sen­tido norte a sur.
    Así pues, las codornices que habitan en zonas más norteñas y continentales se ven forzadas a realizar largas migraciones que las alejan de las durísimas condiciones invernales de estas latitudes, mientras que sus parientes más sureñas no se ven tan acosadas por los rigores del clima. Ésta es la razón por la que en las regiones del límite sur de su zona de reproducción -cuen­ca mediterránea-van a coincidir durante la invernada grupos de codornices nativas con otras procedentes de Centroeuro­pa, de las Islas Británicas o de las llanuras rusas. En muchos casos la invernada se ha visto favorecida por modificaciones ecológicas recientes, debidas a la acción del hombre que, como en el caso del sudoeste de la península Ibérica, ha aumentado la protección y el alimento disponible con la implan­tación de amplias zonas de regadío. En cualquier caso, esta invernada cir no la realizan más que pequeñas cantidades de codornices ya que, en su inmensa mayoría, se someten a un agotador viaje que les hará cruzar el Sabara para alcanzar las sabanas tropicales que rodean el borde sur de este desierto. Los movimientos, por lo que se refiere a Europa en general, se iniciarán de forma leve ya a últimos de julio, si bien el grueso de la población europea se movilizará a finales de agosto o prin­cipios de septiembre. No obstante, se podrán localizar grupos rezagados en septiembre e incluso en noviembre. Durante esta época las codornices surcarán nuestros cielos en la oscuridad de la noche, ya que, como muchas otras aves mi­gradoras, se mueven fundamentalmente entre la puesta y la sa­lida del sol. Se ha observado que las rutas migratorias de esta especie evitan cruzar anchos brazos de mar y, por ello, atraviesan el Medterráneo aprovechando los puentes naturales de las penínsulas Ibérica e Itálica y de los Balcanes o bordean el mar por el Próximo Oriente. De esta forma van drenándose las po­blaciones de la región atlántica, de Europa central y oriental y de las inmensas estepas de Rusia y Asia occidental. Se ha postulado la existencia en la codorniz de un tipo de migración conocido con el nombre de -migración en lazo-. Se da este nombre al fenómeno por el que una especie migradora realiza su viaje otoñal utilizando un itinerario que no coincide con el de vuelta en primavera. Parece ser que este tipo de mi­gración se da de forma irregular en determinadas poblaciones de codornices de Suiza, norte de Italia y regiones próximas de Europa central. Estas aves viajarán hacia África en otoño a través de Francia y la península Ibérica para regresar durante la primavera por Túnez e Italia. La dificil supervivencia Las primeras ya llegadas de codornices a la Península comien­za a apreciarse desde marzo, con su máximo en abril. Pronto irán ocupando una amplia gama de terrenos abier­tos, pastizales, campos soleadas de cereal, y prados de riego o praderías montanas. El canto del macho, que dura hasta agosto, es uno de los pocos indicios que esta especie, de vida oculta y de costum­bres nocturnas, nos da de su presencia. Formada la pareja, el macho lleva una parte poco activa en la construcción del nido y en la crianza de la prole. La hem­bra, por tanto, es la que .se encarga de construir el nido. que no es más que un agujero excavado en el suelo y oculto entre la hierba. Queda limitado por una serie de briznas de hierba que la codorniz deposita alrededor. La época de puesta varía según las latitudes, siendo realizada como término medio entre mayo y junio. Pone de 7 a 12 huevos amarillentos, manchados de marrón oscuro, si bien en casos excepcionales se han contabilizado hasta 18. Miden de 28 a 33 mm de largo por 21,5 a 24,5 mm de ancho y pesan de 8 a 9 g. Tras unos 16 a 21 días de incubación nacen los polluelos de codorniz que, como genuinos represen­tantes del tipo de pollos nidífugos, se encuentran cubierto de plumón y prestos a corretear en busca de alimento. Tienen la cabeza rojiza, con una raya en el centro bordeada de negro y dos manchas sobrel oído, una amarillenta. El dorso presenta  un plumaje rojizo amarillento con dos raya negras. Las alas llevan también manchas del mismo color. Por debajo son amarillentos. Los pollos crecen a gran velocidad, revolotean a los 11 días y consiguen volar perfectamente a los 19. Los jóvenes se pa­recen a la hembra adulta pero con el pecho menos marcado. En los jóvenes de determinadas regiones se ha observado una fuerte tendencia dispersiva. Muchos de éstos, antes de emprender la verdadera migración, se reparten de forma irre­gular por regiones más o menos lejanas. Así jóvenes nacidos en el norte de África han sido atrapados en Italia y en España. También se señalan movimientos precoces en jóvenes de Italia, Suiza, Francia y Hungría. Pero además las codornices exhiben un cierto carácter irruptor. Cuando las condiciones ecológicas cambian brusca­mente durante el período de cría, puede ocurrir que poblaciones enteras de codornices se trasladen en masa a lugares más favo­rables donde poder consumar la reproducción. Esto ocurre, por ejemplo, con las codornices de las estepas rusas que, en años de sequía pertinaz, huyen hacia el norte y hacia otras re­giones de Rusia donde se encuentran en gran número.